Este sillón había sido la mesa de escritorio de una jovencita de 14 años que, en un arrebato creativo de su tierna juventud, decidió pintarlo de color azul celeste y le pareció una obra hermosa. Pero pasó el tiempo, la jovencita creció y el sillón cayó en el olvido. Durante mucho tiempo reposó en un trastero hasta que su dueña, ya una mujer adulta rondando la cincuentena, decidió venderlo.
Cuando lo vimos por primera vez, pese a estar pintado, con el culo desencolado y el mecanismo giratorio y reclinable oxidado, nos maravilló. Es imposible calcular la cantidad de horas que tardamos en decaparlo y lijarlo para hacer desaparecer la pintura que había penetrado hasta el corazón de la pieza. Pero el sillón, de roble americano macizo, aguantó bien la embestida y, finalmente, la madera volvió a lucir.
También conseguimos retirar gran parte del óxido que se había ensañado con el mecanismo giratorio, engrasarlo para que no rechinara y equilibrarlo, porque se decantaba hacia un lado. Finalmente, un buen encerado para darle lustre… ¡y este abuelete volvió a lucir sus mejores galas en el salón de un cliente!
Sin embargo un par de minúsculas motitas azules, imperceptibles para los demás, nos recordaban, solo a nosotras, su historia. Y sonreímos.